Tus calles se visten de maullidos de luna,
de blanco, de azul, del helor de mi aliento.
Me entregas tu alma sin saber por qué vengo,
me entregas caricias reservadas al sol.
Y aunque yo ya te amo
añoro la luz que me alumbre el camino,
de allá dónde vine,
de los faros de sol que alumbran el vino.
Me enseñas tus manos y me abres la puerta,
me prometes el verde que se retrasa,
que no llega.
Cuando ando tus calles,
cuando subo escaleras,
añoro Barcelona
que a ti se asemeja.
Ni las mismas miradas, ni las mismas caricias,
es tu poesía, mi libertad,
la que me acerca
a esos años de melancolía.
Y escucho a los grillos que no tienen vida,
confundo el silencio con alegría.
Ardillas jugando, ardillas soñando.
Paisajes de blanco que no cambiaron su llanto.
Montreal de nieves y sombras,
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