Luneando

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domingo, 17 de julio de 2011

La inmigrante


Unos ojos de espinas me miraron desde lejos y sólo supe salpicarles mi sangre. Esperé que derramaran el miedo ingenua del presente. Pero fallé. Miré donde no debía, escuché los gemidos que no me llamaban. Las palabras a veces se vuelven sordas, las miradas vacías, los besos inertes y el deseo miente. Hoy cierro mis ojos y tan sólo sigo el pálpito de mis dedos, de los que nacen caricias tranquilas. El deseo se vuelve cariño, los besos pierden su rojo, las mariposas vuelan con cautela tan lejos como las espinas que ya no sangran, sino que redondean las sensaciones hasta hacerlas encajar.

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